La breve
historia de Charly…
Esta es la historia de Charly, un pescador muy humilde. Como
cualquier otro día, Charly se despertó y preparó el desayuno. Pero esta vez
algo había cambiado. Su hija María estaba muy enferma. Tenía mucha fiebre, el
cuerpo lleno de manchas rojas y casi no podía moverse. Sin pensarlo ni un
momento, decidió ir a ver al curandero
del pueblo, que vivía en una pequeña y destartalada casa en lo alto de las
montañas. Este le dice que a su hija apenas le quedaban dos meses de vida.
Charly no tenía suficiente dinero para
poder comprar la cura de la terrible
enfermedad que padecía su hija. Por eso, decide hacer un pacto con el curandero que
consistía en lo siguiente: por una aleta de tiburón que Charly le trajera, él
le entregaría la dosis para poder curar a su hija.
A la mañana
siguiente, Charly cogió su barca y
emprendió un viaje a la isla Gansbaai (Sudáfrica), conocida por ser frecuentada por
los tiburones blancos más grandes vistos jamás. Tardó en llegar más de dos días
y al desembarcar, se dio cuenta que la comida y bebida escaseaban. Eso le
obligaba a cazar peces para sobrevivir.
Sin pensarlo
mucho, cogió un cuchillo y se metió en
el agua. Podía sentir que algún ser extraño le vigilaba en el oscuro y profundo
océano, pero no se sintió intimidado y
se adentró en el frío mar a cazar.
Tras varios
minutos, se dio cuenta que el extraño ser
que le observaba era un enorme tiburón blanco. Charly empezó a nadar, solo
pensaba en llegar a la orilla y en poder sobrevivir para ayudar a su hija. El
tiburón empezó a nadar, cada vez más rápido, hacia a Charly. Esta vez, solo podía pensar en que iba a morir en
aquella isla.
Cuando
Charly hizo sus últimas plegarias, se
dio cuenta que aquel enorme tiburón blanco le estaba ayudando a cazar peces. No
hacía falta hablar para sentir que formaban un buen un equipo. Confiaban el uno
en el otro y compartían los peces que cazaban.
Una semana
más tarde recordó el motivo por el que estaba allí, y que debía salvar la vida de su hija María. Para ello debía matar a su nuevo amigo y entregarle la aleta al curandero.
Decidió no
pensarlo dos veces y entró en el agua….Allí estaba su amigo el tiburón, que le
esperaba donde todas las mañanas para cazar. Charly se llenó de valor y dejando
a un lado su amistad con el escualo, le
mató.
Charly, con
los ojos llorosos, le cortó la aleta y se llevó la mandíbula como recuerdo de
su gran amigo. Después de casi un mes, regresó a casa y lo primero que hizo
fue intercambiar la aleta por la cura de
su hija.
Hoy en día
Charly y su hija viven felices en Hawái. María es una niña sana, gracias a la amistad
que un día hubo entre su padre y un tiburón.